Thursday 2 July 2020

La Guerra Civil Rusa (II): Causas De La Victoria Roja Y Consecuencias Del Conflicto


Cartel que exalta los éxitos del Ejército Rojo. Fuente: workerspower.co.uk 


En la anterior entrada de este blog, "La Guerra Civil Rusa: operaciones bélicas y dimensión militar del conflicto" abordamos los aspectos más relacionados con el ámbito estrictamente militar. En esta segunda entrada sobre el tema nos centramos en las razones que condujeron a la victoria final del Ejército Rojo y la derrota de los ejércitos blancos, analizando las terribles consecuencias que sobre la vida socioeconómica del país tuvo el conflicto.

¿Por qué vencieron los rojos y fueron derrotados los blancos?

"Estar en guardia". Cartel bolchevique, obra del
 pintor ruso Dimitri Moro (1883-1946).
Desde el primer momento, la situación bélica se tornó muy complicada para los bolcheviques. El ejército zarista había sido desmovilizado por completo tras la paz con los imperios centrales y los bolcheviques dependían exclusivamente de los voluntarios de la Guardia Roja y su aparato de seguridad, la Cheká. En enero de 1918, León Trotski era designado Comisario de Guerra con el cometido de crear un Ejército Rojo capaz de enfrentarse a los nuevos desafíos militares. Pronto comprendió que necesitaba un ejército en el sentido clásico, un ejército como el que los bolcheviques  había despreciado siempre, un ejército permanente, disciplinado y jerarquizado, con logística y recursos propios, una estructura militar de gran tamaño que fuera capaz de combatir en los más diversos frentes militares. Contar solo con los obreros urbanos, donde los bolcheviques tenían mucho más respaldo social, resultó pronto insuficiente, lo que le condujo a organizar levas forzosas entre los campesinos de las zonas bajo su control. Es de esta manera como consiguió poner en armas un enorme ejército que llegó a tener 5 millones de soldados y en el que se impuso una durísima disciplina. Se creó un cuerpo de comisarios políticos, agentes encargados de mantener la moral alta y asegurar la lealtad de la tropa, mientras se recurría de forma masiva a miles de antiguos oficiales zaristas, en muchas ocasiones, forzados, para poder articular la estructura militar que los bolcheviques no tenían. A pesar de todo, las enfermedades y epidemias, las malas condiciones de vida y la dureza del combate, generaban gran cantidad de deserciones, que eran respondidas con dureza extrema, una vez que se había restablecido el principio de obediencia y la disciplina y jerarquía militar zarista.
León Trotski, en el centro de la imagen con gorra estrellada, fue el artífice del Ejército Rojo. Fuente: flickr.com

Uniformes del Ejército Rojo. F.: Pinterest
En la victoria del Ejército Rojo resultó fundamental el hecho de que los bolcheviques controlaron siempre el corazón de la Rusia europea. Era allí donde se encontraban las grandes zonas industriales y urbanas como Moscú o San Petersburgo, lo que permitió al gobierno revolucionario contar con la mayoría de los arsenales y buena parte de la industria militar, asegurando la producción estable de todos los recursos necesarios para mantener el esfuerzo bélico. Era en esa zona central, además, donde se desplegaba buena parte de la red de ferrocarriles, lo que permitió a los bolcheviques la transferencia de tropas de un frente a otro con cierta fluidez y la llegada de suministros necesarios (alimentos y armas) a las unidades en el campo de batalla, lo que por otro lado, se vio favorecido por el control total y centralizado que el nuevo régimen soviético tenía de los medios de transporte. Un ejemplo al respecto, fue la marcada movilidad que el ferrocarril dio al alto mando soviético a lo largo de los frentes y zonas guerras, personificada en la figura de Trotski y su tren blindado, construido en el verano de 1918, con el que se movía a lo largo de toda la Rusia europea y que incluía una estación de radio y otra de telégrafos, además de una imprenta para la reproducción de un periódico y la emisión de propaganda.

 Lenin pasa revista a las a las tropas en la Plaza Roja de Moscú el 25 de mayo de 1919.
Fuente: deviartart. Fotografía de N. Smirnow.

1920. Cartel bolchevique exhortando a los obreros a
 alistarse en el Ejército Rojo. F.: militaryhistory.org
Otro elemento determinante en la victoria final de los bolcheviques, fue la unidad de acción y la centralización en el proceso de toma de las decisiones políticas que tenía el bando rojo: el ejército estaba bajo el control y liderazgo indiscutible de León Trotski, mientras el partido tenía un pleno control del poder político, con el protagonismo absoluto de Lenin, cuya autoridad era incuestionable para el resto de los miembros de su organización. Ese control político fue una de las claves del llamado comunismo de guerra,  la rígida política puesta en marcha por los bolcheviques con el objetivo último y fundamental de ganar la guerra frente a todos sus enemigos. El comunismo de guerra estuvo marcado por una creciente represión sobre la oposición política a través de la Cheká o policía política y, sobre todo, por una dura política de requisas entre el campesinado para obtener los recursos necesarios que aseguraran el abastecimiento de la población urbana y especialmente del enorme Ejército Rojo. Si el reparto de tierras había favorecido el respaldo campesino a los bolcheviques, la política brutal de requisas y la leva masiva de soldados provocó un amplio rechazo en el mundo agrario ruso.

El campesinado se mostró por lo general hostil a la política de requisas bolchevique. Fuente: encyclopediaofukraine.com




Requisa de trigo en el campo ruso. Fuente: flickr.com
La realidad de los ejércitos blancos era muy diferente. Los blancos controlaron siempre zonas periféricas, con menor potencial industrial e infraestructuras ferroviarias menos desarrolladas, lo que imposibilitó su articulación como una unidad y dificultó la existencia de un poder único e incuestionable.
Al margen de ello, la gran debilidad de los blancos estribaba en la profunda división existente entre los distintos grupos de oposición al nuevo régimen soviético. Poco o nada tenían que ver los anarquistas ucranianos del Ejército Negro de Néstor Majnó, los socialrevolucionarios del Komuch y los mencheviques, grupos políticos de base obrera o campesina, con la burguesía liberal del partido KDT o los sectores monárquicos conservadores, que incluían a los grupos militares más reaccionarios  y que a la postre, se convirtieron en la esencia de lo que se dieron en llamar ejércitos blancos. Estos grupos zaristas y nacionalistas rusos se convirtieron a lo largo de 1918 en los hegemónicos en la lucha contra el poder soviético, liderados y dirigidos por antiguos oficiales del ejército del Zar como los generales Kolchak, Denikin, Yudenich o Wrangel.
Sin embargo, el aspecto más llamativo sería la propia división interna existente entre estos grupos ultraconservadores. En parte debido a la extraordinarias distancias que los separaban, carecían de la necesaria coordinación en sus acciones militares y nunca existió un poder único a nivel político, pues la autoridad de Kolchak tardó en ser aceptada por otros núcleos de resistencia, y cuando lo hizo, no pasó de ser meramente nominal y nunca efectiva. La desconfianza, cuando no la hostilidad entre ellos, fue la tónica dominante.
Otro gran problema de los dirigentes blancos fue su absoluta incapacidad para conectar con las masas campesinas, que aunque mayoritariamente no bolcheviques, estaban claramente permeadas por las ideas socialistas y no deseaban, en modo alguno, la vuelta a un régimen como el zarista. Algunas de las reformas de los bolcheviques en el campo habían favorecido a amplios sectores campesinos, pero el campesinado ruso era hostil a la pérdida de su capacidad de decisión a través de sus asambleas campesinas frente a la creciente centralización del poder político en las ciudades y en el partido comunista, y sobre todo, rechazaban frontalmente la política de requisas del comunismo de guerra y las levas masivas de soldados realizadas para alimentar al Ejército Rojo. A pesar de todo ello, la mayoría de los campesinos no mostraban ninguna simpatía por los generales zaristas, que además de hacer requisas y levas forzadas de soldados, como los bolcheviques, representaban el viejo mundo que tanto despreciaban, marcado por la injusticia social y el latifundismo. Las cosas pudieron cambiar en el transcurso de la guerra, pero el carácter conservador de los blancos impidió a éstos implementar y poner en marcha las necesarias reformas agrarias y sociales que hubieran podido seducir y atraer al campesino ruso hacia su causa.
Esta situación social explicaría el por qué los ejércitos blancos solo encontraron una verdadera base social de reclutamiento y respaldo entre las poblaciones cosacas, aquellas que se extendían por las estepas del sur de la Rusia europea y las cercanías del Cáucaso (Cosacos del Don, del Kuban o del Terek), las ubicadas al sur de los Urales (cosacos de Oremburgo y del Ural) o los asentamientos cosacos de Siberia. También existía un núcleo cosaco en Ucrania, los cosacos del Zaporoje en el Dnieper. Los cosacos eran el clásico "pueblo de frontera", hombres libres, con fuerte tradición militar en el viejo Imperio ruso, que no habían estado sometidos a la servidumbre, que vivían en sus stanitsas una realidad diferente a las de las comunidades rusas, más igualitaria en el acceso a la tierra y a la educación (la mayoría de los cosacos estaban alfabetizados).

Fuente: elaboración propia


Tampoco conectaron los blancos con las entidades nacionales que habitaban el antiguo Imperio ruso y que ahora se oponían al nuevo poder soviético, entre las que podían haber encontrado muchos aliados. Las aspiraciones nacionalistas de los polacos y ucranianos, de los pueblos bálticos y caucásicos, de los tártaros y bashkires o las demandas autonomistas de los propios cosacos, chocaron demasiadas veces con los arcaicos principios centralistas del nacionalismo gran ruso, valores de los que hacían gala los generales blancos como Kolchack o Denikin, firmes defensores de una Gran Rusia concebida como un imperio uniforme bajo el dominio cultural y político de los rusos. Muchos de estos pueblos podían ser hostiles a los bolcheviques, pero lo eran mucho más hacia unos zaristas, que al contrario que los primeros, les negaban cualquier atisbo de autogobierno y desarrollo cultural propio.

Consecuencias de la guerra

La Guerra Civil Rusa fue sin duda la mayor catástrofe nacional producida en Europa hasta su fecha. Destruyó la economía del país y desgarró su tejido social a un nivel desconocido hasta entonces. Hubo entre 7 y 10 millones de víctimas, el cuádruple de las que se habían sufrido el Imperio ruso durante la Primera Guerra Mundial. Un efecto particularmente desgarrador, generalmente consustancial a las guerras civiles, fue el desmedido impacto de la guerra sobre la población civil del país.
Las muertes ligadas directamente a la guerra y la represión rondarían los dos millones de personas. Al  margen de los heridos y muertos en batalla, hay que resaltar la importancia de las epidemias, como las de tifus, que diezmaron en mayor medida a la tropa que los propios combates. Especialmente importantes fueron las víctimas de la represión en ambos bandos, que alcanzaron la cifra de cientos de miles de personas. La represión bolchevique, lo que se dio en llamar el Terror Rojo, incluía la eliminación de los disidentes y opositores asesinados por la Cheká, la policía política bolchevique, y los campesinos opuestos a las requisas o los que protagonizaron amplias rebeliones al final de la guerra civil. Pero existió, a una escala similar, un Terror Blanco, interesadamente olvidado por muchos, que estuvo ligado a la represión del movimiento clandestino bolchevique o socialrevolucionario en las ciudades blancas, la violencia contra el campesinado en las zonas ocupadas -algo especialmente ostensible en la Siberia ocupada por Kolchak-, las matanzas de prisioneros rojos o los terribles progromos contra la minoría judía, especialmente intensos en Ucrania y zonas del sur de Rusia, bajo el control de los ejércitos de Denikin.

Soldados del ejército blanco ejecutan a prisioneros bolcheviques, enero 1920. Fuente: weaponsandwarfare.com

Hay que considerar también la salida hacia el exilio de una enorme cantidad de población, más de 2 millones de personas, que huyeron de la revolución y la guerra. El terrible impacto de este exilio masivo fue mucho mayor porque la mayoría de ese éxodo pertenecía a la élite ilustrada, por lo que el daño a la vida económica y cultural fue incluso mayor de lo que las cifras insinúan.
La Guerra Civil Rusa se encadenó con los efectos tremendos y prolongados del conflicto mundial previo, produciendo un resultado demoledor sobre la economía del país. En 1921, la producción de bienes manufacturados fue tan solo un 16% de la de 1912, la producción de carbón se redujo a la tercera parte y la de grano a menos de la mitad. La tierra cultivada era solo un 60% de la de 1912 y los rendimientos eran tres veces menores, mientras la cabaña ganadera se había reducido a casi la mitad. La guerra y su capacidad destructiva, que se extendió desde Polonia a Siberia, desde Ucrania al Volga, afectando a enormes territorios, se mezcló con la política de requisas de bolcheviques y blancos. Las tropas blancas practicaron no solo requisas, sino pillaje sistemático en muchas áreas, mientras el gobierno soviético, con la aplicación del comunismo de guerra, impuso una política sistemática de requisas que permitió el abastecimiento del Ejército Rojo y las grandes zonas urbanas, pero a costa del campesinado, que ante la insufrible pérdida de recursos, mostró una fuerte resistencia, escondiendo el grano o sacrificando el ganado antes de entregarlo. El dramático "juego" de la requisa y el ocultamiento hundió la producción, mientras los productos básicos dejaron de circular por los cauces habituales.
Esta situación terrible se mezcló con los efectos climáticos de las intensas sequías para desembocar en una especie de "tormenta perfecta", las brutales hambrunas de 1921 y 1922, que provocaron millones de muertos y afectaron especialmente a algunos territorios como la región del Volga, desde Samara a Baskhiria, y el sur de los Urales. La degradación de las condiciones de vida y de alimentación favorecieron además la aparición de mortíferas epidemias, que afectaron no solo a los soldados, como ya hemos comentado, sino a amplias capas de la población. Hablamos de la disentería, el cólera y la Ispanka (pandemia de gripe española de 1918 y 1919), pero sobre todo, el tifus y fiebre tifoidea que provocó  casi 2 millones de muertos entre 1919 y 1920.

Fuente: elaboración propia


La hambruna de 1921 se cebó sobre los grupos más vulnerables como los niños. Fuente: histclo.com 

La miseria y el hambre se generalizaron en la región del Volga durante el año 1921 y 1922. Fuente: military-history.org





La trágica situación económica y humanitaria provocó, tras el fin de la guerra, un giro copernicano en la política económica del régimen soviético. Se puso en marcha la N.E:P., siglas en inglés de la denominada Nueva Política Económica. El férreo control político del poder ejercido por los bolcheviques no fue suavizado, pero si se liberalizó la economía, abriéndose a formas capitalistas, en lo que el propio Lenin dio en llamar "Capitalismo de Estado". Se dejó libertad a la propiedad e iniciativa privada, se liberalizó el comercio y se favoreció al campesino medio o kulak, poniéndose fin a las requisas. La consecuencia positiva fue el aumento de la producción y el fin de los problemas de abastecimiento y de la crisis. La consecuencia negativa fue el aumento de las desigualdades sociales, alejándose cada vez más del objetivo bolchevique de una sociedad sin clases.
La NEP terminó en 1928, cuando Stalin impuso la colectivización forzada y brutal de los campos y la planificación rígida de la economía, se iniciaba entonces un desaforado crecimiento económico e industrial, pero basado en enormes sacrificio y un gran sufrimiento por parte de la población . El nuevo estado, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que todavía no se había recuperado de las enormes cicatrices de la Guerra Civil, se vería entonces absorbido en la vorágine infernal del nuevo régimen estalinista, que superó con creces cualquier precedente anterior de hambre, dolor y sufrimiento.
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